SADO MASOQUISMO DE BOLSILLO Publicado el 01/07/2022 Por Dios

SADO MASOQUISMO DE BOLSILLO

Siendo una muy bella cincuentona, adinerada, viuda y con hijos mayores ocupados en sus propias familias, Esther podía dedicarse a lo que siempre deseó secretamente. Esto es, cultivar el sexo como una de las bellas artes. Siempre lo disfrutó, y nunca le faltaron buenas parejas. Pero ahora quería algo más: conocer profundamente algunas modalidades que siempre la intrigaron, pero apenas había entrevisto en relatos de otros. El sado masoquismo y tantas otras, por ejemplo.“Es hora de hacerlas todas”, se dijo.

Se lanzó entonces a una exploración exhaustiva de las tantas variantes y posibilidades que ofrece el sexo. Todo lo que se podía hacer entre un hombre y una mujer, una mujer y dos hombres, dos mujeres o más, algunos de genero indefinido o en transición con hombres y mujeres en cantidad a gusto, etc.

Se entregó sin miramientos a los goces de la carne, y armaba sus encuentros pasionales con la precisión de un exquisito chef que elige con esmero los ingredientes de sus recetas. Cuidaba detalladamente los procedimientos a fin de maximizar resultados placenteros. Pero luego de haber probado reiteradamente todas las variables, quiso algo más. Se lo exigía su naturaleza de mujer ambiciosa que jamás se había quedado con las ganas de nada.

Probando el sexo ¿extremo?

Tenía por delante el ancho terreno de las supuestas “perversiones”, que la atraían tanto o más que las modalidades consideradas “normales”. Pero en esto no mostraba arrojo como en las otras prácticas. Siempre terminaba pareciendo muy conservadora para sus eventuales compañeros/as, generalmente avezados en el escabroso terreno del llamado “sexo extremo”.

Por eso se aburrió como un hongo en su primer intento con el “Voyeurismo”. Es que no concebía que alguien se divirtiera observando como otros tenían sexo. Y era incapaz de comprender que sus acompañantes en la oscura cabina desde la cual observaban a una pareja de torpes aficionados copulando, se pusieran como locos. Ella había obtenido más excitación viendo películas pornográficas de profesionales sola. Incluso, al ver que su acompañante más cercano tenía una fenomenal erección, le ofreció sexo oral, pero él lo rechazó. Porque lo único que le importaba era mirar, y no quería que lo distrajeran con otra cosa.

En cuanto a la pedofilia, apenas una vez tuvo una relación agradable con un menor. Cuando intentó repetirla, se enteró que el chico le había contado todo a sus padres. Estos le iniciaron una demanda judicial por corrupción de menores. Debió neutralizarla trabajosa y costosamente, con un gran esfuerzo de sus abogados.

No le fue mejor con el “Bondage”, eso de atar a alguien como a un paquete y luego someterlo a todo tipo de prácticas de sexo extremo. Quedó con los huesos doloridos y marcas de correas en todo el cuerpo. Del fetichismo ni hablar: su amiga experta en tales asuntos trató de incentivarla mostrándole su colección de profilácticos usados, la de medias de hombre y la de cepillos dentales incautados a sus amantes.

Apenas consiguió que Esther consintiera en iniciar alguna “colección” parecida cuando tuviera oportunidad. Dada la gran actividad amorosa que registraba en aquellos días, desarrollada en distintos domicilios, al cabo de un tiempo poseía una buena cantidad de esos pequeños anuncios con un imán al dorso que se pegan en las heladeras. Fue lo único que se le ocurrió, y por mucha voluntad que puso, aquello no la excitaba en lo más mínimo. Y no le parecía ni mucho menos el “sexo extremo” que anhelaba.

Buscando la manera

Comenzó a sentirse frustrada; le faltaban experiencias extremas y audaces, e intentó con el sado masoquismo. Pero no fue bien visto que interrumpiera la sesión de azotes a la que una chica sometía a un hombre, para ponerle apósitos y consolarlo maternalmente. Y otra vez le rechazaron su oferta de sexo oral (tanto como para hacer algo) porque ahí lo importante era causar dolor, no provocar placer. Cuando alguien intentó pegarle a ella, no tuvo mejor idea que retribuir el primer golpe que recibió, y la echaron de la reunión, por inadaptada.

Cuando no le quedaba mucho por intentar, creyó que su error consistía en lanzarse de lleno a esas prácticas de sexo extremo. Tal vez sería mejor avanzar despacio, explorando esos terrenos lentamente.

Por eso la sorpresa de uno de sus amantes cuando, antes de empezar el acto sexual, ella sacó una cajita con tachuelas de su cartera y comenzó a distribuirlas espaciadamente sobre la cama.

“Es que así puedo acostumbrarme de a poco…”, argumentó ante la extrañeza de su compañero. “Y prepárate para la semana que viene, porque si quieres hacerlo conmigo otra vez vas a tener que usar un calzoncillo de papel de lija que te estoy preparando”- le explicó Esther, muy entusiasmada con la nueva posibilidad de llegar a esos extremos que la atraían: despacito, de a poco. En un año y medio aproximadamente, calculaba ella, sería una experta consumada en sado masoquismo.

Porque con perseverancia e ingenio todo se obtiene.

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