La ZWI MIGDAL, la red de trata de principios de 1900 Publicado el 29/03/2022 Por Dios

La ZWI MIGDAL, la red de trata de principios de 1900

Los proxenetas, que antes se hacían llamar el Club de los 40 y, comienzos del siglo XX, fundaron en Avellaneda la Sociedad Israelita de Socorros Mutuos Varsovia, una pantalla para sus actividades ilícitas, pues solo le concedieron la personalidad jurídica en esa ciudad de la región metropolitana de Buenos Aires.

Con la connivencia de las autoridades y de la Policía, a quienes sobornaban, los rufianes polacos se hicieron fuertes. Obligados a modificar el nombre de su asociación por la mala fama que le daba a su país, la rebautizaron como Zwi Migdal, que llegó a contar tras la Primera Guerra Mundial con más de cuatrocientos miembros. A pesar de que las fuentes difieren, controlaron unos dos mil burdeles, por donde llegarían a pasar cientos y cientos de jóvenes, a quienes captaban en aldeas de su país con promesas de trabajo o, ejerciendo de falsos novios, de matrimonio.
Su primer presidente, Noé Trauman llegó al país en 1890. Tenía 24 años y si bien era polaco, traía pasaporte ruso ya que toda la región se encontraba bajo el domino zarista. La única foto que se conoce de él, fue tomada por la policía 4 años más tarde cuando lo registra como “alcahuete” denominación que se daba a quienes facilitaban el comercio sexual.

Antes de finalizar aquel siglo, Trauman ya tenía su propio prostíbulo y conocía las comisarías porteñas por haber sido detenido en varias riñas callejeras. Eran tiempos donde las diferencias entre grupos antagónicos aún se dirimían a los golpes. Una de estas bataholas fue registrada por la prensa porteña en 1897. Unas 50 personas entre rufianes, sus esposas y las madamas de los comercios, se tomaron a golpes de puño y bastonazos en la esquina de Corrientes y Talcahuano. Entre los implicados había rusos, polacos, rumanos y otra media docena de nacionalidades, pero el factor común, además de la actividad, era la religión. Todos eran judíos.

La Mutual tenía un cementerio en la localidad de Avellaneda, daba ciertos servicios de salud, brindaba otros beneficios y organizaba algunas actividades sociales como hacían muchas de las entidades de comunidades instaladas en el país. Además, contaba con una gran sede, en la Avenida Córdoba 3280, de 620 metros cuadrados cubiertos en dos plantas, con calefacción y todo el equipamiento moderno para la época, donde funcionaba un templo. Esta era, principalmente, una fachada para que se congregaran cientos de rufianes y trazaran su red de explotación. Las chicas, las que habían llegado engañadas y las que sabían a qué venían, no pudieron imaginar por lo que pasarían.

Las condiciones de vida eran deplorables. Eran esclavas sexuales. Explotadas, sin cuidados, dedicaban toda su existencia a servir sexualmente a los clientes que atiborraban los prostíbulos.
El epicentro estaba en Lavalle y Junín, en el barrio de Once. Allí los locales se multiplicaban.
En 1862, se producen desórdenes en burdeles donde son detenidos, entre otros, Bartolomé Mitre Vedia –hijo del presidente de la nación- y Dominguito, el hijo adoptivo de Sarmiento.
Que la historia y la (mala) fama de la Zwi Migdal hayan sobrevivido al tiempo no sólo tiene que ver con lo extendido de sus actividades. Pese a ser una enorme y establecida asociación delictiva, la Zwi Migdal no era la única ni las más poderosa de las que se dedicaban a la trata de blancas. El impacto mediático de su caída, las leyendas que se tejieron con el tiempo y la dosis siempre presente de antisemitismo en la sociedad produjeron el resto.

Foto 1 La ZWI MIGDAL, la red de trata de principios de 1900

Aquí funcionó durante muchos años el bar y restaurante La Robla. Pero anterior a esto, subiendo la escalera del 725 del pasaje, se accedía al departamento de Simón Brutkievich quien, para fines de 1929, era el presidente de la sociedad de rufianes Zwi Migdal.

El estigma caló en el imaginario popular: los judíos polacos que recalaron en Buenos Aires desde finales del siglo XIX prostituyeron a sus propias compatriotas. Lo mismo hicieron los franceses, italianos o españoles, aunque el antisemitismo amplificó las despreciables prácticas de la mafia judía.
Tampoco ayudó el silencio posterior del propio colectivo, quien catalogó a sus criminales como impuros. En realidad, el hecho de que los denunciasen y los rechazasen diferencia a esta comunidad de las otras —que integraban a sus conciudadanos—, pese a que luego ese pasado oscuro se convirtiese en un tabú debido al temor a que la sombra de las actividades delictivas de unos cuantos indeseables se proyectase sobre todos ellos.

Cuando fueron expulsados, los rufianes inauguraron una sinagoga y un cementerio, pues les habían prohibido ser enterrados en el camposanto hebreo. Gerardo Bra sostiene en el libro La organización negra (1982) que, si bien la exclusión de los impuros manifestaba un acto de honestidad del colectivo judío, los habría reforzado, pues decidieron unirse y organizarse, una tesis rebatida por otros historiadores.

Una mujer escribió una carta a la asociación contra la trata y la explotación sexual Ezrat Nashim: “Estaba en una de las casas de la Migdal. Mi cuerpo sería ofrecido al mejor postor. Toda mujer que se iniciaba en la vida era cotizada. Y yo lo fui”. Sin embargo, durante años las denuncias cayeron en saco roto debido a la corrupción policial. Los tentáculos de los polacos, una mafia surgida como sociedad de ayuda mutua para protegerse entre ellos, alcanzaban a los encargados de velar por los ciudadanos y se antojaba necesario un comisario incorruptible y un juez que sentase a los criminales en el banquillo.

Solo encontraban oposición entre las instituciones judías y entidades como Ezrat Nashim, si bien su labor ha sido cuestionada. Débora Aymbinderow sostiene que tenía una “actitud paternalista y moralista hacia las inmigrantes por las diferencias de clase y de país de origen entre ellas y los filántropos”, de modo que intervenían en su vida privada, incluso cuando no había indicios de que la mujer corría el riesgo de ser explotada. La prevención, entendían, pasaba porque se casasen con un judío y encontrasen un “trabajo honesto”.
Por otra parte, la lucha del colectivo logró visibilizar el problema, aunque “paradójicamente fue utilizada para reforzar la estigmatización de los judíos”. Así, Pedro Katz, director de Di Presse, declaraba al diario Crítica que la comunidad judía argentina llevaba cuatro décadas luchando para “destruir y aniquilar a los repugnantes componentes de la sociedad tenebrosa Migdal”, a quienes calificaba como “gavilla de tratantes”.

De ahí que en 1906 emprendiese una campaña para eliminarlos, pero reconoce que solo logró expulsarlos. “Nadie los repudia tanto ni los combate más que la colectividad israelita”, concluía Katz, dejando claro que todas las comunidades tenían sus redes de trata, más la judía fue la única que renegó de sus proxenetas.
Sea como fuere, la trama de los proxenetas —conocidos como cafishos— toparía con una mujer que les plantaría cara. Raquel Liberman denunció a la Zwi Migdal por forzarla a la prostitución, lo que desencadenaría una investigación por parte del comisario Julio Alsogaray. De Raquel y su historia ya hemos hablado en esta página.

Fruto de sus pesquisas, el juez Manuel Rodríguez Ocampo dictó prisión preventiva para 108 miembros por asociación ilícita, más pronto saldrían en libertad por falta de pruebas, excepto tres de ellos. Otros 334 huyeron de la Justicia, por lo que se dictó una orden de captura internacional. De poco sirvió, aunque la organización terminaría disolviéndose.
Nora Glickman, en el libro The Jewish White Slave Trade and the Untold Story of Raquel Liberman (2000), relata que la redada en la sede de la mafia polaca y el cierre de decenas de prostíbulos tuvo lugar en 1930 tras el golpe de Estado del teniente general José Félix Uriburu. La operación ocupó las portadas de los periódicos y, como resultado de su “valiente acción”, publicaron listas detalladas de los nombres de los traficantes y madamas.

El cementerio de impuros en Avellaneda es una rareza poco vista en todo el mundo y el primero que tuvieron los judíos en Buenos Aires, administrado en la actualidad por la Asociación Comunidad Israelita Latina y sellado, para así evitar que sea mirado y calificado como prueba viviente de la explotación humana.
En 1907, bajo la presidencia de Trauman, la Zwi Migdal compra una nueva fracción de tierras frente al cementerio municipal de Avellaneda. Este sector es el que aún se mantiene en pie y ha dado origen a varias leyendas urbanas. Si estos hombres y sus esposas, se caracterizaban en vida por hacer ostentación de su poder económico con una exposición casi obscena de joyas, pieles y perfumes importados; al momento de su muerte, los rufianes decidieron alterar la milenaria tradición de mesura y uniformidad de las sepulturas judías, con el emplazamiento de costosos y grandilocuentes monumentos funerarios.
La superficie del lugar, hace suponer que habría albergado no menos de 700 sepulturas. Los registros originales, aunque incompletos, nos hablan de dueños de casas de prostitución, sus esposas y las madamas de sus locales; pero también, niños de corta edad, jóvenes estudiantes y cuentapropistas. Son pocas las mujeres explotadas que fueron sepultadas allí. De las miles de jóvenes que, engañadas o expulsadas por la miseria en Europa, terminaron en los prostíbulos porteños, no quedaron rastros. Desaparecieron para siempre luego de ser traficadas, usadas y descartadas.

Quedan planteados como en cualquier historia leyendas, hipótesis, fantasmas, macabros recuerdos por un lado y románticos por el otro. Supuestas teorías de conspiración que no dejan de lado el sometimiento de las pobres mujeres recién llegadas, el intento de ocultamiento de esos mismos recuerdos que ojalá algún día puedan ser clarificados en beneficio de la historia y de la reivindicación de las pobres emigrantes, engañadas, abusadas, discriminadas y explotadas. Honrar la memoria de todas las mujeres víctimas de violencia sexual, no solo es un compromiso piadoso, es un abordaje impostergable en la actualidad, para conocer más sobre nuestra historia y terminar con las redes de trata que, al día de hoy, se siguen manejando con las mismas prácticas.

Recopilación de textos de:El arcón de la historia; Nora Glickman, “The Jewish White Slave Trade and the Untold Story of Raquel Liberman (2000)”; José Luis Scarsi, “Tmeiim: los judíos impuros”; Todo es historia.

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