Primeras cortesanas en Buenos Aires del siglo XIX Publicado el 24/03/2022 Por Dios

Primeras cortesanas en Buenos Aires del siglo XIX

En 1870 y años siguientes, la importación de mujeres europeas con destino a los burdeles de Buenos Aires se intensificó.

En esa época ciertas zonas de la ciudad de Buenos Aires, que hoy son absolutamente céntricas, eran alejados y peligrosos suburbios. Debido a que lo que era la esquina de Temple (Víamonte) y Suipacha, solía convertirse, en los días de lluvia, en una barrera fluvial infranqueable ya que el paso de las carretas, ocasionaba un desnivel de más de medio metro entre la calle y la vereda y que, además, por allí corría el viejo cauce del Tercero del Medio, uno de los arroyos de la ciudad que desembocan en la cercana costa del río, en 1867 los vecinos elevan una nota a la Municipalidad pidiendo la instalación un puente giratorio, similar al instalado en Esmeralda cruzando Córdoba. El costo era de 6.000 pesos y era tanta la urgencia que éstos tenían, qué se comprometían a colaborar con 4.000.


Una vez instalado y dado que en cien metros a la redonda había más de una docena de casas de prostitución, el puente comenzó a ser popularmente conocido como “Puente de los suspiros”
La ciudad de Buenos Aires era un centro importante de este antiguo comercio, conocido en los principales países de Europa, de donde venían sus oficiantes, para quedarse en la ciudad o distribuirse en su territorio o en países vecinos. Era un hecho que ningún gobierno ignoró ni pudo regular eficazmente.

La compra y venta de mujeres europeas para su explotación en los prostíbulos de Buenos Aires, el tráfico clandestino y la llegada de estas jóvenes que, conscientes o no de su futuro, eran seducidas con la promesa cierta de vivir en una de las ciudades más prosperas de aquellos días, fue para muchos una inagotable fuente de ingresos económicos.


Para mediados de la década de 1870, Buenos Aires era una bulliciosa ciudad con unos 200.000 habitantes hasta ese entonces, la prostitución había sido considerada como un problema menor.
La autoridad ejercía su poder en forma discrecional, y cualquier mujer sospechada de vida licenciosa podía ser encarcelada o enviada a la frontera para servir a las necesidades de la tropa.
La cada vez mayor inmigración, y la gran cantidad de extranjeros solteros que llegaban a la ciudad, hizo imprescindible la búsqueda de un medio de control social que a la vez contuviera el desarrollo de las enfermedades venéreas.

Por tal razón, el 5 de enero de 1875 se dictó la ordenanza reglamentaría sobre la prostitución.
Los casinos y confiterías donde se ejercía la prostitución, que hasta ese momento habían funcionado por la autorización del presidente municipal, debían registrarse o serían clausurados.
El registro incluía una patente anual de 10.000 pesos m/c por establecimiento y 100 pesos m/c por cada prostituta. Muchos optaron por la clandestinidad.


Las nuevas casas de tolerancia debían esta menos de dos cuadras de templos, teatros o escuelas (art. 5).
Ser regenteadas exclusivamente por mujeres (art. 3).

Estas regentas debían llevar un libro en el cual se anotaban los datos personales de las mujeres que trabajaban en la casa (artículo 13).
Los miércoles y los sábados, un médico inspeccionaría a todas las prostitutas, anotando los resultados en el libro y elevando un parte de estos a la Municipalidad. Si la prostituta enfermaba de sífilis, debía ser atendida en la casa por cuenta de la regenta, y sólo en casos avanzados eran derivadas al hospital (artículos 15, 17 y 18).


Esta diferenciación entre los estados de desarrollo de la enfermedad y el ámbito de tratamiento, provocó que muchas mujeres siguieran trabajando aun estando enfermas. Con temeraria rapidez eran dadas de alta como curadas mujeres a las que el mes anterior se les había diagnosticado ulceraciones venéreas.


Otras, como Juana Harr o Ida Bartac, estaban imposibilitadas, de ofrecer sus servicios dado que figuraban como enfermas venéreas tanto en los libros como en los partes médicos.
Esto no impidió que la primera siguiera prostituyéndose hasta quedar embarazada cinco meses después de haber sido diagnosticada su enfermedad, y la segunda hiciera lo mismo, pero luego de figurar dieciocho meses consecutivos como enferma de carácter sifilítico.

La reglamentación, que adolecía de muchos defectos y en la mayor parte de los casos no en respetada, seguía ordenando que las prostitutas debían ser mayores de 18 años, a no ser que probaran que antes de esa edad se habían entregado a prostitución (art. 9). Este artículo se contraponía con el Código Civil, el cual daba la mayoría de edad a los 22 años.


La incongruencia llegaba al grado de permitirles el comercio sexual, pero les negaba la posibilidad de casarse sin el consentimiento de los padres.
Los tratantes de blancas (se las llamaba así por el color de su piel) y las casas autorizadas fueron los mayores beneficiados, ya que casi la totalidad de las pupilas que ingresaban eran menores de edad. Las mismas no podían mostrarse en la puerta de calle, ni en ventanas, ni en balcones. Debían encontrarse en la casa dos horas después de la puesta del sol, y llevar una fotografía con sus datos y los de la casa de tolerancia donde trabajaban (art. 10). Estas mujeres fueron las que debieron cargar el mayor peso represivo sobre sus libertades.


El reglamento, que facilitaba y proponía su inscripción en los registros de la prostitución, les impedía abandonar el prostíbulo y el oficio con la misma facilidad. Según el artículo 12: “Las prostitutas que dejen de pertenecer a una casa de prostitución quedarán bajo la vigilancia de la policía mientras no cambien de género de vida…”.

De haber huido de su encierro, les hubiera sido muy difícil dedicarse a otro oficio, ya que a la persecución de la policía había que agregar que “todos los que a sabiendas admitieren en su casa particular o de negocio en calidad de inquilina, huésped, sirvienta u obrera cualquier mujer que ejerciere la prostitución, pagarán una multa de 1.000 $ m/o. Se considerarán sabedores los que permitan que una prostituta continúe en su casa tres días después de ser prevenidos por la autoridad (art. 24).


Este hecho, sumado a las altas patentes y a los controles médicos, originó que las mujeres argentinas, españolas e italianas, que hasta ese entonces habían trabajado en los lupanares de la ciudad, prefirieran seguir su labor clandestinamente en bares, cigarrerías y fondas y que las extranjeras de países no latinos, prostitutas o no en su tierra natal, pero más ingenuas, desconocedoras de las leyes y el idioma, fueran conducidas a las casas de tolerancia.

Para 1876 había 35 prostíbulos autorizados, en los que trabajaban 200 mujeres. La mayor parte de éstos se ubicaba en el barrio de San Nicolás, y algunos fueron montados con gran lujo, teniendo bar, salones de reunión y músicos para animar los bailes.


Por la misma época comenzó una campaña de denuncias que criticaba a la Municipalidad por permitir la apertura de estas casas en las calles céntricas, y de igual manera señalaba a los tratantes y la forma en que éstos operaban en Europa.


El año anterior (1875) había sido publicada otra solicitada, de redacción muy similar, firmada por el propietario de la casa de la calle Corrientes 509. En ella hacía saber de su mala suerte «Por ser el vecino de una casa de prostitución que alteraba la vida del barrio, y comunicaba que, por los continuos escándalos que allí ocurrían, se veía obligado a abandonar su propiedad para salvar a su familia de tan funesta influencia.»
Es precisamente en esta casa de Corrientes 506 (actual 1283) donde meses más tarde se instalaría uno de los prostíbulos más famosos, ya sea por el lujo y la calidad de sus mujeres o por el trato brutal que se les daba.

Otras solicitadas que se publicaron con términos más duros y de tono antisemita, buscaron nuevamente despertar el reproche de la sociedad.


Asimismo, se pedía la intervención del arzobispo de Buenos Aires, del pastor de la Iglesia Reformada Alemana, de las autoridades consulares para poner fin a ese comercio inmoral. Conjuntamente, comenzaron a aparecer solicitadas pidiendo el cierre de cafés, casinos y demás lugares donde se practicaba la prostitución clandestina.


En poco tiempo se generó una guerra de denuncias que dejaba en claro que se trataba de un duelo de intereses entre grupos encontrados al que se sumaban, tal vez engañados en su buena fe, algunos ciudadanos honestos.


En una extensa solicitada, cargada de información, se documentaba el modo en que un tratante (Jacobo Hónig) invirtió 600.000 pesos m/c para montar dos nuevos prostíbulos, uno en Corrientes 506 y otro en Temple 356 altos.

También se denunciaban otras instalaciones en Libertad 309, Corrientes 509 y Temple 368, propiedades de Ana Goldemberg, Carlos Rock y Herman Gerber, respectivamente.
Por otra solicitada sabemos que “en junio de 1875 Adolph Honing (sic,) domiciliado en Corrientes 506, trajo de Europa a 18 jóvenes engañadas a quienes explotó a su labor, que luego de seis meses vendió a una de éstas, llamada J. B., a un tal Isidoro Wolf, residente en Montevideo, en la. suma de 17.000 $.


En diciembre del mismo año, Adolph Weismann engañó a siete mujeres, cuatro húngaras y tres alemanas, diciéndoles que iban a Milán y las dirigió a Marsella, de donde las embarcó a Montevideo.
Allí eran esperadas por Adolph Honing, quien compró a las cuatro más bellas. Las restantes fueron compradas en Buenos Aires por Herman Gerber. Se calcula que la venta de las mujeres le valió al corredor 150.000$ m/c.

El mismo Gerber, domiciliado en la calle Temple 368, había traído 12 mujeres en junio de 1875. Dos habían sido vendidas a otro negociante de Rosario.
Otra, llamada N.W., después de cinco meses y medio de permanecer en la casa de Gerber, fue vendida a Isidoro Wolf en la suma de 14.000 pesos, y luego de dos meses éste la revendió en 18.000 a Carlos Rock, domiciliado en Corrientes 509.

Fruto del trato que recibía, N.W. huyó de la casa, acompañada por otra mujer, saltando por la azotea. Luego de esto, el techo fue rodeado por una reja de hierro.
Algunas de estas mujeres escapadas de su encierro acudieron al consulado austro-húngaro a formular sus denuncias, pero éste expresó su incapacidad para intervenir.


Dado que el matrimonio civil aún no existía, en muchos casos se fraguaba un matrimonio religioso entre la explotada y su explotador, quien la ponía a trabajar para sí ola vendía otro rufián.
De esta forma se impedía que la mujer pudiera reclamar a las autoridades consulares de su país, dado que al casarse con un extranjero perdía sus derechos de nacionalidad.
Las condiciones en que vivían estas mujeres eran ciertamente inhumanas. Eran compradas y vendidas al antojo de sus explotadores.

Al llegar se les hacía firmar un contrato por el que se comprometían a pagar el viaje, la ropa, la comida, la pieza y todo aquello que recibían.
Los precios que debían pagar eran cinco o diez veces superiores al valor real, y las deudas que siempre mantenían con la casa se utilizaban como otro instrumento de retención.
Permanecían encerradas todo el día, y si salían de paseo una tarde al mes, era bajo vigilancia de la regenta o un supervisor.

Si alguna se negaba a aceptar estas condiciones, era castigada o vendida a otro prostíbulo de menor calidad en el interior del país.
Provenientes de familias campesinas, -sometidas al vasallaje y a costumbres sexuales que en algunos casos incluían las relaciones premaritales y los embarazos como signo de fertilidad, es posible que hayan aceptado el comercio sexual como una etapa más de su ya desdichada experiencia anterior.

Las prostitutas clandestinas, que trabajaban para un rufián, sufrían una explotación similar, con el agravante de que las condiciones sanitarias eran más deplorables y la clientela, menos selecta, mucho mayor.
En 1878 hace su aparición El Puente de los Suspiros, un periódico cuyo objetivo declarado era terminar con las casas donde de manera clandestina o autorizada se practicara la prostitución. No escatimaba en críticas a la corrupción municipal, ni a la manera en que los rufianes lograban burlar la acción policial.
No obstante, en su primer número del 28 de marzo de 1878, varias dueñas casinos, clausurados por la Municipalidad por considerarlos locales donde se practicaba la prostitución clandestina, le pedían al jefe policial que revocara la orden y negara a la Municipalidad el auxilio de la fuerza pública.

También, en una columna aparecida el mismo día, se mencionaba la llegada de 12 nuevas mujeres europeas. “Consignadas á Pepa la Chata, Libertad 276 y a Cármen la gallega de Temple, han llegado conducidas por el Savoie, una docena de esclavas blancas más feas que el mismísimo doctor Agrelo que tiene cara de chorlito mal embalsamado. Cinco de ellas tiene la Pepa, montadas al aire, es decir, montadas sobre unos tacones más largos que las uñas de ciertos empleados municipales, y excepto una que no tiene nada de bonita, son horribles las pobrecitas. Siete tiene la Carmen, y no digo a Vds. nada de la fealdad de esas desgraciadas, porque sería cosa de echar a correr.”

Estos conceptos, parecían querer ahuyentar a los potenciales clientes de dichos establecimientos más que a luchar contra la prostitución. La edición de cuatro hojas llegó a aparecer dos veces a la semana. Allí se criticaba la acción policial y la tarea de la Municipalidad. Pero lo que más difundía, eran las andanzas de un grupo de proxenetas llegados unos años antes a la ciudad.


La Municipalidad lo consideraba como un producto inmoral, redactado por otros rufianes que competían con los primeros. Los intentos por censurarlo se dilataron y los responsables de la edición presentaron quejas a la Corte Suprema de Justicia de la Provincia.

Editado en español, iba acompañado de una columna en alemán donde se instaba a las mujeres para que abandonarán a sus rufianes y buscaran auxilio en la redacción. Al poco tiempo, dos muchachas escapan de la Casa de Tolerancia de Corrientes 509 (actual 1283). Gabriela Kirch, alemana de 23 y Elena Bezembajer, de edad similar, pudieron huir saltando con sábanas desde la terraza. En la edición siguiente publican una carta en la que alientan a otras mujeres a hacer lo mismo. (Los hechos quedan certificados por el médico municipal y por el comisario de la sección 5).


Otros números incluían dibujos y la vida y obra de los 5 o 6 judíos que hasta ese momento se dedican a la trata de blancas en la ciudad.

Si bien las biografías eran ciertas y no escatimaban detalles, para la moral de la época, la difusión de esas historias implicaba un escándalo mayor a la existencia misma de los hechos denunciados.
Finalmente, la Corte Suprema resolvió que, en sus atribuciones, la Municipalidad podía prohibir la venta o aparición de escritos o dibujos obscenos, en pocos meses fue prohibido, siendo toda su campaña desbaratada. El último número del Puente de los Suspiros se publicó el 17 de junio de 1878.
Pasarán más de 50 años y miles de crímenes antes que las autoridades investiguen y castiguen esta nueva forma de esclavitud.


Fuente: Revista Todo Es Historia N° 342 Año 1996 – Parte de una nota de: José Luis Scarsi

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