Raquel Liberman: Historia de una mujer que fue símbolo de la lucha contra la trata Publicado el 21/03/2022 Por Dios

Raquel Liberman: Die Geschichte einer Frau, die ein Symbol für den Kampf gegen den Menschenhandel war

Raquel Liberman murió en 1935. Un cáncer de tiroides la había consumido. Ya no hablaba. La agonía fue corta pero muy dolorosa. Antes de caer enferma, su aspecto tampoco era bueno. Tenía 35 años, pero aparentaba transitar sus cincuenta. Era una persona gastada, rota. Con un pasado que no la abandonaba, con un dolor perpetuo atravesándola. Sin embargo, era una mujer tranquila. Había luchado, no se había rendido pese a las circunstancias adversas y había vencido. Contra todos los pronósticos.

Ruchla Laja Liberman nació el 10 de julio de 1900 en Berdichev, actual Ucrania. De pequeña emigró con sus padres a Varsovia, allí pasó más de dos tercios de su corta vida. En 1919 se casó con Iaacov Ferber y al año siguiente tuvo su primer hijo, Joshué. En 1921, cuando estaba embarazada de su segundo hijo, su esposo emigró a Argentina en busca de trabajo. Pero sus años finales (y el nombre que adoptó durante ellos) son los que le brindaron inmortalidad. Su destino era el de pasar desapercibida, el de ser sometida, una víctima más, como tantas otras miles. Pero ella se rehusó, se rebeló. Y con un coraje inusual se plantó ante sus explotadores.

Inspiró -con muchas licencias históricas- al personaje interpretado por Eugenia La China Suárez en Argentina, tierra de amor y venganza.
Al principio del siglo pasado, la vida en la Polonia era muy dura. El hambre, las necesidades y los pógroms. Para los jóvenes judíos cualquier salida parecía tentadora, cualquier otro destino en el mundo ofrecía ilusión.

Ruchla como tantas otras jóvenes polacas judías partió hacia Argentina buscando un futuro mejor, escapar a la miseria. Pero su historia no es igual a la de las demás. “La Polaca” emigró a la Argentina en 1922 junto a dos pequeños hijos -Josué de dos años y Moisés de meses- para reunirse con su esposo, que la esperaba en la localidad bonaerense de Tapalqué. Elke, la cuñada de “la Polaca”, era la madama de un burdel. “No se sabe si Raquel sabía de esto antes de llegar al país o si creía que iba a trabajar ayudando a su marido, que era sastre, pero nunca había conseguido trabajo y vivía de su hermana.”

Al poco tiempo la tuberculosis ocasionó la muerte de Iaacov. Ruchla, que al llegar a la Argentina adoptó el nombre de Raquel Liberman, (se solían castellanizar los nombres de los inmigrantes) dejó a sus hijos al cuidado de gente de Tapalqué y se instaló en Buenos Aires dispuesta a ganarse la vida. La prostitución, una marca de época, fue un camino casi imposible de obviar.
Los rufianes se movían por todo Buenos Aires. Los había de todos los orígenes. Italianos, españoles, franceses, judíos. La organización que con el tiempo ganó más fama fue la Zwi Migdal, de origen judío polaco.

Raquel Liberman trabajó durante varios años en los prostíbulos de la Zwi Migdal. Su acuerdo era mejor que el del resto de las chicas. Se quedaba con un porcentaje mayor. Así, pronto pudo comprar su libertad en $1.500.

Siguió ejerciendo por su cuenta. Se casó con José Korn, considerado por muchos como un enviado de la Zwi Migdal para lograr que ella cayera de nuevo bajo sus garras. De esas asociaciones mafiosas nadie logra liberarse con facilidad. Este hombre estafó a Raquel. Adquirió a su nombre una casa con 60 mil pesos de ella, en una maniobra fraudulenta. Korn instaló en esa casa, como no podía ser de otra manera, un prostíbulo. Raquel se quedó, una vez más, sin nada. Y comenzó su búsqueda de justicia.

La caída de ese emporio de la prostitución, que recaudaba millones por año, empezó en esta pequeña estafa que la agrietada joven de treinta años decidió no perdonar. La ambición y la impunidad perdió a la Zwi Migdal. Se cruzó con una mujer con determinación y cansada de las vejaciones, un comisario principista y un juez que no cayó en la tentación de la venalidad.

Raquel tenía el mismo destino que las demás polaquitas: entregar su juventud a los rufianes y a los clientes, envejecer prematuramente, hastiarse de la vida y ser reemplazada por otra más joven, tal vez apenas cinco años más joven que ella, pero sin el desgaste evidente, sin el rictus de la derrota cincelado en la cara, sin las marcas de la explotación surcándole el cuerpo.

La mujer reclamó por su dinero. Ese dinero era su independencia. La paradoja es que logró terminar con la organización de rufianes deseaba, con sus ahorros, convertirse ella misma en madama. No oyeron sus pedidos. Ni su ex marido Korn ni los directivos de la Zwi Migdal a los que acudió. Entonces denunció la estafa, pero nadie creyó que en la Justicia la fueran a escuchar. ¿Quién le prestaría atención a una prostituta polaca? ¿Qué tipo de investigación no podrían detener con unas oportunas coimas?
El comisario Julio Alsogaray, moralista y con fama de incorruptible, escuchó a Raquel y se puso en movimiento: hacía años que estaba detrás de la organización y siempre chocaba contra el muro de silencio y complicidades. Con nobleza, Alsogaray le advirtió a Raquel de los riesgos de ratificar sus denuncias. Raquel eligió seguir adelante. Encontró eco en un juez honesto, el magistrado Manuel Rodríguez Ocampo.

Para que la denuncia prosperara Raquel mintió sobre su origen. Quería proteger a sus hijos. Solo siguió el guion de la leyenda. Contó que viajó seducida por una propuesta engañosa de matrimonio y que al desembarcar en el puerto fue secuestrada y obligada a prostituirse.

Como escribió Jorge Luis Borges sobre su Emma Zunz: “La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; solo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.”

Raquel, que comenzó solo reclamando su deuda, terminó denunciando y describiendo el funcionamiento de la red criminal. La Zwi Migdal no pudo resistir el embate. El juez ordenó 108 detenciones. La justicia de aquella época -en las vísperas de la llamada “década infame”-, a través de la Cámara de Apelaciones, finalmente dejó bajo el régimen de prisión preventiva a solamente tres miembros secundarios de la organización. Todos los demás, fueron liberados. Pero las circunstancias hicieron que el emporio de los rufianes fuera demolido.

La opinión pública se estaba volviendo más moralista (en 1936 se proscribió por ley la prostitución: Raquel no llegó a verlo, murió el año anterior). El impacto de las noticias y el sensacionalismo le dieron una gran repercusión y el factor antisemita también influyó. Redes más importantes y establecidas de prostitución fueron soslayadas porque pertenecían a otras comunidades.
Con su denuncia, Raquel había provocado la caída de la Zwi Migdal. Fue una consecuencia hasta involuntaria. Durante años se repitió la historia del viaje, del matrimonio fraudulento, de la estafa a su credulidad.

En un momento Raquel volvió a unirse a sus hijos y vivió unos años más en Buenos. Según se dice quiso sacar un pasaporte para volver a Varsovia, pero el viaje a Polonia nunca tuvo lugar. Unos meses más tarde, el 7 de abril de 1935, fue internada en el hospital Cosme Argerich donde murió.
Habían pasado trece años de aquella llegada a Buenos Aires. Si aquel regreso a Varsovia no se hubiera malogrado, José y Moisés hubieran caído en las garras del nazismo que ya sobrevolaba Alemania y especialmente, Polonia.

A los hijos sólo les quedó de su madre unas escasas fotografías, en las que se mostraba feliz.
Esta mujer que escapó de la miseria en Polonia y viajó con esperanzas a la Argentina, en busca de una oportunidad encontró aquí muerte, dolor, abusos y explotación. Sin embargo, a su manera, sola, contra toda una época, se animó a luchar, a pelear por lo suyo. Ese es su legado, aunque lamentablemente no se enteraría de la Ley Nacional de Profilaxis de la que fue semilla.

En 2015, cuando se cumplieron 80 años de su muerte, colocaron una placa en su honor en el cementerio de Avellaneda. Durante la Década Infame se decía que ese era “el lugar para enterrar prostitutas y proxenetas”. No se sabe dónde está su tumba porque los libros de las parcelas están en Israel. Pero sí que está junto a Iacoov.

Su historia de valentía trascendió en el tiempo. Se escribieron otros libros sobre la Polaca. La Subsecretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la ciudad de Buenos Aires entrega cada año el “Premio Raquel Liberman” a todas las personas y organizaciones no gubernamentales comprometidas con la protección y/o promoción de los derechos de las mujeres sobrevivientes de situaciones de violencia”, según dice la página oficial de la Ciudad.

Un proyecto presentado ante la Legislatura Porteña solicita que se agregue el nombre de Raquel Liberman a la estación Callao de la línea D. La autora del proyecto, la legisladora de UCR-Evolución Patricia Vischi dijo que “nos pareció muy importante que fuera esta estación del subte D porque la vida de Raquel Liberman se desarrolló en esta zona, donde ella fue victimizada, pero también donde, cuando pudo recuperarse, pudo poner un comercio con mucho sacrificio para criar a sus hijos”.

Recopilación de textos de: Infobae, La Nación. Con la gente noticias, Investigador de la Biblioteca Nacional José Luis Scarsi. Myrtha Schalom en su libro La Polaca derribó todas estas leyendas con un formidable trabajo de investigación.

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